Monday, February 04, 2008

La Candela viva...

more mindnumbings...



nino





Candelaria

Resultó que no eras de verdad. Tu cabello largo y oscuro. Tu
mirada fuerte y seductora. Tus labios perfectos. Tu apostura de macho
que deseaba ser poseído. Todo era una farsa, como los tamales que
compré esa noche. Como la devoción de la gente que nos rodeaba. Como
la imagen del Niño Dios que llevaba entre mis brazos.
Era 2 de febrero. Siguiendo la tradición ancestral, llevé a
bendecir la imagen de la casa donde había partido la rosca y me había
tocado "el muñeco", previamente ataviado de "niño de las Palomas",
gracias a las artes de mi abuela.
Nunca había hecho eso. Me parecía un absurdo, un sinsentido,
una tradición hueca. Pero la casa donde partí la rosca aquel 6 de
enero era de un par de amigos muy queridos y no pude escapar de la
costumbre.
La rosca era hecha en casa y sólo contenía un muñeco. Quien
acudía a la cena en Día de Reyes a esa casa, sabía que no había
disculpa. Había que cumplir con la tradición al pie de la letra.
Aquél que se topaba con el "mono", tenía que adoptar la imagen del
Niño Dios, llevárselo a vestir, solicitar la bendición del cura en el
templo el Día de la Candelaria, regresando al atardecer con una olla
de tamales para los "compadres", para concluir la celebración
iniciada un mes atrás.
En eso estaba cuando te conocí. La abuela, feliz de cumplir
esa labor, había terminado el disfraz del Niño Dios, lo había
vestido, lo había perfumado, lo había colocado en una canasta llena
de semillas de chía, que yo tendría que cultivar para adornar el
Altar de Dolores, dedicado a María, y que con las naranjas, las otras
semillas, la arena y las aguas frescas, recordaría una semana antes
del Viernes Santo los sufrimientos de la Señora durante la Pasión de
su Hijo.
No tuve tiempo de mandar hacer los tamales, así que compre
varias cajas de tamales de microondas, los metí en el coche, y me fui
a la iglesia más cercana.
El templo estaba a reventar. Busqué un lugar libre para
esperar que comenzara la misa. Me di cuenta de que la zona de los
confesionarios estaba semivacía y me fui para allá. Te descubrí entre
dos beatas, una pareja de novios y un hombre bastante guapo, que
destilaba heterosexualidad.
Me senté en el piso, cerca de la fila. Una joven me preguntó
si estaba formado. Le dije que no. Pasó por encima de mí y se unió a
la cola.
Yo no podía dejar de mirarte. Tus vaqueros ajustados, tu
camiseta negra -ten negra como tu cabello recogido en una coleta-,
tus bostas y tu chamarra de cuero, parecían completamente fuera de
lugar en un lugar donde la gente se arrepiente de sus pecados y
quiere cambiar de vida.
Tú, sin embargo, permanecías impasible en la cola. Ignorabas
a todos y mirabas al infinito, como si tú también te estuvieras
preguntando que hacías ahí.
Comenzó la celebración al tiempo que llegaba tu turno de
entrar al confesionario. Me puse de pie para participar en el ritual.
Traté de seguir la misa mientras esperaba que salieras
del "tribunal del cielo". Tardabas tanto que imaginé que tu carga era
demasiado pesada, y que el pobre cura al que se la estabas pasando no
podía más que escucharte, perdonar y hacer mucha oración para
olvidarlo todo.
Tu confesión duró lo que dura el rito de entrada, la liturgia
de la palabra, el credo, la oración de los fieles y el ofertorio.
Para cuando ibas saliendo, la misa estaba en su segunda parte.
Tuve que ponerme de pie justo cuando pasabas a mi lado. Rocé
tu entrepierna sin querer, pues llevaba la imagen del Niño Dios entre
mis brazos. Te ofrecí una disculpa. Me cegaste con tu mirada oscura,
no dijiste una palabra, y te detuviste justo frente a mí, mientras le
cura del confesionario salía corriendo a vomitar, escandalizado por
lo que acaba de oír.
La celebración avanzaba y te me fuiste acercando
peligrosamente. No era tu culpa, pensé al principio. Iba llegando más
gente a cumplir con la tradición y cada vez había más espacio entre
nosotros. No podía imaginar lo que estaba por ocurrir.
Para el momento de la consagración, la multitud era tanta
como la de la estación Pino Suárez a las 12 del día. Tuve que mover
la imagen del Niño Dios hacia un costado, porque la multitud era
demasiada, pero sobre todo porque te estabas acercando tanto que no
había espacio para él.
Muchos se pusieron de rodillas mientras el sacerdote
consagraba el pan y el vino, pero la gran mayoría de nosotros no
pudimos. Tú aprovechaste ese momento para acomodar tu hermoso y firme
trasero en mi entrepierna, que no pudo más que reaccionar.
La sorpresa era demasiada. Te acababas de confesar, lo que
teóricamente quería decir que estabas arrepentido y dispuesto a
enmendarte. Pero al mismo tiempo, el aroma de frutas del que tu
cabello estaba impregnando mi nariz, el leve aroma a cuero de tu
chamarra, tus nalgas redondas embonando con mi miembro ya excitado
por encima de los "jeans", me estaban diciendo otra cosa.
Comenzó el padrenuestro. La multitud era inconmensurable. Tú
aprovechaste ese momento para voltearte y mirarme a la cara. Sentí tu
aliento de menta y de tabaco. Me cegaste de nuevo con el brillo de
tus ojos negros y aprovechaste un empujón para robarme un beso.
Ya no pude más. En un acto de equilibrio para no tirar la
canasta en la que llevaba al Niño vestido, la semilla de chía, la
tradición y mis deseos, te volteé de nuevo con violencia, para sentir
de nuevo la hermosura de tus nalgas, mientras la gente buscaba lugar
en el atiborrado templo, tanto para comulgar como para bendecir a su
Niño.
Bajaste tus vaqueros ajustados, para mi total sorpresa y la
total indiferencia de los concurrentes. Me arrebataste la imagen del
Niño y te repegaste más mí. No pude hacer más que desabrochar también
mi pantalón, besar tu cuello, lamer tu oreja, abrazarte, oprimir tus
pezones y penetrarte con la excitación que da la clandestinidad.
Eyaculamos justo cuando terminaba la fila de la comunión. Yo
lo hice dentro de ti. Tú lo hiciste sobre una abuela que tras
comulgar daba gracias a Dios de rodillas por haber entrado en su
corazón, y que no se enteraría de nada hasta que, llegando a su casa,
descubriera gotas de algo viscoso en su cabeza.
Terminó la misa, comenzó la bendición de Niños Dios, te
subiste el pantalón y te alejaste de mí.
Yo tuve que cumplir con el ritual. Me uní a la multitud que
buscaba bendecir su imagen y te perdí de vista. Cuando llegué al baño
de agua bendita ya había pasado media hora.
Te ví al salir del templo. Estabas de rodillas frente a tu
novia, la ofrecías un anillo de compromiso y ella, emocionada y
confusa, no sabía que contestar.
Ni siquiera me miraste. Tus ojos eran tan huecos como la
imagen que llevaba entre mis brazos.
Llegué a casa de mis "compadres". Les entregué la imagen
bendecida y los tamales de microondas. "Son de mentiras", me dijo mi
amiga. "A ver si saben como los de a de veras", me dijo mi amigo. "Ya
verás que sí", respondí yo, "te lo digo por experiencia" , y busqué
una cerveza.




santiago fuentes elespejoenelespejo@ yahoo.com.mx

1 comment:

矛盾 said...

Felicidades en tu dia!
tamalera!